Las personas son lugares



Las personas son lugares caleidoscópicos,
redondos ojos que multiplican los colores.
Yo lo he visto.
He mirado a través de un objetivo que capta a la vez que
expulsa luz al exterior, propagando las simetrías, los abatimientos
en el plano, el cambio de la línea de tierra.
¿Por qué este empeño de mover siempre el horizonte?
A un lado y a otro al final sólo se extiende la sucesión de los días,
reflejos multiplicados de una realidad no más auténtica que un deseo.
Y en el punto de fuga, los besos, la velocidad, las flores, el fuego y el Cero.

Nadie sabe entonces por qué era necesario el cuarto de los extravíos.
Quizás
es que siempre hubo en nosotros un lugar inhóspito.
Es imposible provocar el incendio interior,
así que arrojamos y abandonamos allí todo, como objetos varados en el mar.
Desde entonces, se puede perder un recuerdo, se puede perder
lo que debería estar hecho de materia eterna. Los discos de la memoria
borran sus surcos y quedan convertidos en tierras de barbecho.
Superposición, el reemplazo de la emociones en continua sucesión.
Las personas también son lugares abandonados,
regiones devastadas por clasificar.
Hay ruinas dentro, emplazamientos emblemáticos, carpetas ocultas,
pedestales de antiguos dioses, ediciones apócrifas.
Los planos mienten sobre la realidad, como el yeso disimula la imperfección
de la arquitectura construida.

El atardecer es una suerte de continuidad en los días iguales. Sin embargo,
el amanecer es místico, tiene el carácter especial de las cosas inusuales.
Algunas personas son esos lugares en los que nos gustaría amanecer.
Hay veces que se necesita un emplazamiento con vistas, se necesita
ver al otro desde sus ojos. Mirar con el privilegio de la vista alta
cómo se desperezan las extrañas geografías, mirar con sutileza del pájaro.
¿Qué pueden esperar los pájaros sino el instante?
Ellos no ambicionan la eternidad.
Las personas son lugares con ansia de permanencia en el tiempo.
Un deseo que va más allá de la erosión de la geografía,
del giro de los planetas, de los años luz.
Hay una encarnizada lucha
contra los compases de nuestro propio eje cronológico. Y al final
todo es trazar una recta, y buscar el lugar geométrico de los centros que
hemos convertido en hitos.
El mundo reducido a un punto superconcentrado.
A un punto por donde pasaran todas las trayectorias,
donde cupieran todas las casualidades,
donde pudiera almacernarse la energía del Universo,
donde pudieran responderse las preguntas inexplicables,
donde se concentrara toda la luz y donde, por fin,
encontrar ese lugar llamado paraíso.