Los ratoncillos alpinos eligen
su guarida en la cima,
entre las rocas con vistas donde
solamente se esparcen curiosas escasas flores
a ras.
El viento no las encuentra.
Me imagino esa oquedad
angulosa como un piso alto
con la suficiente perspectiva
para vigilar el vuelo de rapaces,
desde lo lejos,
mientras se remueve tranquilamente
el café al sol.
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