Llegué de un viaje maravilloso, un viaje indefinido
desde la incansable digestión de las arenas movedizas,
desde los confusos caminos que se bifurcan
sin señales,
desde el valle de los mitos pétreos,
desde el oscuro amanecer en las cumbres del pensamiento
exacto,
cruzando el puente transitorio de la felicidad,
saliendo del laberinto de puertas verdes,
muriendo en el amor y las horas perdidas,
resucitando en el ascenso por la escalera de sonrisas,
peldaños de esmalte tallados con huellas,
desde el temblor del nervio al tacto,
hasta la luz de la palabra esperada.
Llegué y lo que fue mi hogar era un páramo de bocas
gritando.
Por eso me escondí tras la zarza, empapada
de tempestad.
Luego cegué las ventanas y cubrí con tablones el quicio de la puerta.
Que no pase nadie.
Que sólo me visite el olvido.
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